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Jueves 18 de Abril 2024

Hace 96 años, murió Franz Kafka

 

En sus obras entre las que destacan los relatos La condena y La metamorfosis, y las novelas El proceso y El castillo prefiguró las pesadillas del siglo XX.


Antes de morir a los 40 años, Franz Kafka le escribió una carta a su amigo Max Brod, en la que le pedía quemar, a la mayor brevedad posible, todos sus manuscritos, diarios, cartas, dibujos…

En esa misma misiva, Kafka reconocía la valía de tan sólo un puñado de sus obras: La condena, El fogonero, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria, Un médico rural y Un artista del hambre. Sin embargo, no quería que ninguna de ellas fuera reeditada; al contrario, deseaba que, con el tiempo, todas desaparecieran completamente de la faz del planeta.

Se ha discutido mucho si Kafka le pidió este favor precisamente a Brod porque sabía que éste sería incapaz de llevarlo a cabo… En todo caso, Brod no cumplió los deseos de Kafka y, así, preservó y dio a conocer al mundo entero algunas de las obras más significativas de la literatura del siglo XX: las novelas El proceso, El castillo y América, los relatos De la construcción de la muralla china, Descripción de una lucha e Investigaciones de un perro, entre otras, así como los Diarios del escritor checo, su Carta al padre y sus Cartas a Milena Jasenská y Felice Bauer.

Kafka, cuyo destino, según Borges, fue transmutar las circunstancias y las agonías en fábulas, nació el 3 de julio de 1883 en Praga, ciudad que en esa época pertenecía al Imperio Austrohúngaro.

La imagen que de él se tiene es la de un ser melancólico y atormentado, pero el mismo Brod se encargó de echarla por tierra en la biografía que le dedicó. En ella se lee: “Con renovada experiencia he advertido que los cultivadores de Kafka, que sólo lo conocen a través de sus libros, tienen una imagen totalmente falsa de él. Creen que también su trato debió haber resultado triste, desesperado, Todo lo contrario. Le hacía bien a uno estar con él. La plenitud de sus pensamientos, que exponía casi siempre en tono festivo, lo convertía al menos y me refiero únicamente al grado más bajo en una de las personas más interesantes que he conocido, a pesar de su modestia y de su calma.”

Eso sí, la relación de Kafka con su padre siempre le infundió inseguridad y miedo. Y Hermann, por su parte, un hombre alto, fuerte y seguro de sí mismo, siempre lo trató con menosprecio, cuando no con indiferencia.

El mismo Kafka contaba que, al publicar su segundo libro, Un médico rural, y llevárselo a su padre, pues se lo había dedicado, éste únicamente dijo: “Ponlo sobre la mesita de noche.”

En agosto de 1917, semanas después de haberse comprometido en matrimonio por segunda vez con Felice a quien había conocido en 1912 en casa de la familia de Brod, Kafka se enteró de que padecía tuberculosis. A partir de esa fecha comenzó para él un largo y penoso peregrinaje por diferentes sanatorios.

En julio de 1923, durante unas breves vacaciones en un balneario alemán, conoció a Dora Diamant, su último amor. Más tarde viajó a Berlín, donde vivió en compañía de ella.

El 16 de marzo de 1924, Kafka regresó a Praga para vivir con sus padres, pero su salud se agravó, por lo que fue llevado a un sanatorio de Viena. Como su estancia en éste resultó desastrosa (incluso tuvo que permanecer acostado junto a un moribundo varios días), Dora y otro amigo de Kafka, Robert Klopstock, consiguieron al fin trasladarlo al sanatorio de Kierling, también en Austria.

El martes 3 de junio, luego de que Kafka le dijo a Klopstock que no se fuera de la habitación donde agonizaba, éste respondió: “No, si no me voy.” Kafka, entonces, declaró con voz profunda: “Pero yo me voy.” Poco después murió.

El cadáver de Kafka cubrió la distancia que separa a Kierling de Praga en un ataúd cerrado y soldado. Y el 11 de junio, a las cuatro de la tarde, se efectuó su sepelio en el cementerio judío de Strachnitz, ante una nutrida concurrencia (en 1931, su padre fue enterrado en la misma tumba; y en 1934, su madre).

Uno de sus aforismos dice: “Hay una meta pero no hay camino; lo que llamamos camino es vacilación.”