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Martes 23 de Abril 2024

La tortilla falsa de los mexicanos; modificación genética del maíz

 

Con el objetivo de agilizar el proceso de producción del maíz, empresas modifican genéticamente a la semilla, un procedimiento que deja sin los nutrientes necesarios al producto final


El maíz es parte de la dieta del mexicano. Se considera que al comer alimentos que lo incluyen la gente ingiere altas cantidades de nutrientes. Pero no siempre es así.

De acuerdo con al Sondeo sobre el consumo de la tortilla de maíz realizado en agosto de 2017 por la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), 98.6 por ciento de las personas encuestadas sí comen tortilla, mientras que sólo el 1.4 por ciento no lo hace.

El maíz ha sido un símbolo de riqueza para las personas que lo cultivaban. Actualmente hay familias de comunidades indígenas que dedican su vida en torno a la siembra de esta planta, desde colocar la semilla hasta el proceso de la nixtamalización.

El procedimiento de la siembra del maíz no es precisamente rápido, lleva aproximadamente entre tres y cinco meses (dependiendo de la región y del tipo de grano). Por ello, empezaron a crearse empresas que, con ayuda de la tecnología, modificaron genéticamente la planta para que se agilizara el proceso.

“Hay dos grandes empresas comprando casi el 90 por ciento de la producción del maíz, estableciendo los precios del trabajo de los campesinos y usando agroquímicos y sustancias que hacen que la planta crezca más rápido, un proceso realizado sin considerar los daños a la salud que provocan en quienes lo consumen”, admite José Castañón, experto en nixtamalización y fundador de la tortillería Cintli.

Castañón asegura que cuando el maíz se modifica genéticamente, hay una pérdida considerable de su contenido proteico. Básicamente se queda nada más la parte de caloría por carbohidrato, lo cual no es bueno para la dieta, y hay una falta muy grande de hierro y calcio.

Debido a la pérdida de nutrientes que sufre el maíz en el proceso de la modificación genética, surgió un procedimiento que promete enriquecer el producto: la biofortificación.

“Se están ensayando cultivos biofortificados en más de 60 países, 7.5 millones de familias los siembran y más de 35 millones miembros de esas familias los consumen. Es absolutamente esencial que, mediante la selección participativa, los agricultores colaboren en el desarrollo de variedades biofortificadas antes de su liberación”, dijo Wolfganga Pfeiffer de HarvestPlus durante la Conferencia Latinoamericana de los Cereales (LACC) que se celebró en marzo pasado.

Al respecto, Castañón asegura que la biofortifiacación es un proceso interesante, pero el problema es que lo llevan las farmacéuticas internacionales y los desarrolladores de agroquímicos.

Desde su perspectiva, las empresas que buscan biofortificar el maíz no han tenido respuestas positivas.

“Deberíamos ver mejor cómo sería el proceso de fortificación puesto en las manos correctas”, declara Castañón.